Stacks Image 6
CIENCIA INFUSA
Para ser maestros cumplieron largas y solitarias dietas en una casita aislada, sin más compañía que los árboles, los animales y los espíritus del bosque, hastiados del pescadito sin sal y del plátano verde, fumando tabaco, tomando en infusión los secretos de una planta maestra, hasta que una noche, en el sueño o en la mareación de la ayahuasca, el espíritu sanador apareció para sellar la alianza y entregar su canto. El onanya, sabedor, es un intérprete de la partitura divina, el canto es la medicina, la ayahuasca es la hostia: un gran sabio shipibo que había dietado con todas las plantas del bosque consideró justo subir al cielo y sentarse a la derecha de Jesucristo, quien, indignado por el atrevimiento, le devolvió a la Tierra y le condenó al pie de un árbol. Cuando la familia fue a visitarle le encontraron en plena metamorfosis: las puntas de los dedos se prolongaban ya en largas lianas hacia el cielo. El cuerpo del gran maestro, la hostia, la comunión, Dios. Los shipibos, un pueblo de la Amazonia peruana, han tenido una larga y tormentosa relación con misioneros de todos los colores. Imagino que lo del pecado y la culpa, en los que tanto empeño ponen los cristianos, ha calado.